
Además de barril sin fondo, Pemex se ha vuelto una descomunal chimenea de carbono y metano. Sus ventas representan menos del 0.1% del PIB global. Pero sus emisiones de gases de efecto invernadero representan 1.67% del total global. No es la petrolera que más produce en América Latina. Pero los datos del Climate Accountability Institute ya la revelaban en 2018 como la peor infractora de la lucha contra el cambio climático en la región.
Desde ahí las cosas han ido en picada. En 2020, los datos oficiales de Pemex muestran que sus operaciones generaron 12.5% más dióxido de carbono equivalente que en 2019. En estos tiempos, ¿quién se atreve a emitir más produciendo prácticamente lo mismo? Además, hay razones para sospechar que el nivel de emisiones de Pemex en realidad podría ser mayor. Datos de un reciente estudio presentado por el Environmental Defense Fund de Estados Unidos sugieren que las fugas de metano de las instalaciones en tierra de Pemex están desastrosamente mal calculadas. Esto le quita a Pemex la credibilidad del discurso ambiental más básico: ¿cuál esfuerzo en establecer una línea base apropiada si se equivocan en medir las emisiones de una instalación hasta por un orden de magnitud?
Además, la petrolera le ha estado huyendo a cualquier grupo, incluyendo financieros y corporativos, que tenga algún objetivo ambiental. Desde 2019, Pemex le dio la espalda al Oil & Gas Climate Initiative, que impulsa los compromisos climáticos de las principales petroleras internacionales.
Y a sus propios inversionistas. Climate Action 100+, la principal alianza de inversionistas globales (y, por cierto, tenedores de valores de Pemex) para generar soluciones climáticas, se ha quejado públicamente de estar “batallando para ser oído” por Pemex. De acuerdo con las declaraciones a Reuters de Aaron Gifford de T. Rowe Price, uno de los principales bonistas de Pemex, las reuniones en las que el ha participado “han sido muy tensas y en algunos casos un poco acaloradas”. El equipo directivo de Pemex, además, ha cancelado muchas de las reuniones y llamadas agendadas. ¿Entenderán la tendencia global entre inversionistas de incorporar métricas ambientales como consideraciones clave para la toma de decisiones? ¿Que los miembros de CA100 pueden descolocar financieramente a Pemex si deciden vetar de sus portafolios los más de 80,000 millones de dólares de sus bonos que hay en el mercado? ¿Y que CA100 ya tiene comprometida su reputación en conseguir un cambio positivo, o hacer que Pemex pague las consecuencias?
Desafortunadamente, Pemex más bien parece retarlos. En su nuevo plan de negocios, mitigar las emisiones de carbono y metano ni entró a las siete metas principales. ¿Qué importa incluir un párrafo del compromiso con los ODS de la ONU y el acuerdo de París si su mismo equipo directivo aporta otros datos?
En el 2020, de acuerdo con su 20-F, Pemex redujo su inversión en “proyectos ambientales y gastos relacionados” en más de 75% respecto a 2019. Para el 2021, este gasto también será significativamente menor que en 2019. Son montos de decenas de millones de dólares por año, que no le llegan ni a los talones a los de las petroleras que se toman el tema en serio. Y no esperen que cambie. El mismo documento contiene una frase que es fuerte candidata para ser la más ambientalmente inconsciente que una petrolera jamás haya proferido: “no creemos que el costo de cumplir con las leyes ambientales o requisitos ambientales relacionados con [una larga lista de membresías y compromisos internacionales] haya causado o vaya a causar un incremento en nuestros gastos ambientales”.
No parece la última palabra. Habrá que seguir de cerca la respuesta de CA100 cuando, en unos meses, presenten su reporte inicial sobre Pemex. Pablo Zárate / Más Allá de Cantarell